La estadía en la casa de la familia Saso en Amaicha del Valle había sido tan placentera, llena de cariño y bondad, que era difícil irse. En esos breves, pero intensos, cuatro días hice de esa casita mi hogar, de la familia, mi familia, porque la entrega de afecto era tan profunda y sincera que me hicieron sentir una más… ‘la hermanita que siempre quisimos’ me decían Miguel y Héctor… es así que la partida pensada para horas de la mañana se postergo hasta la tarde… Volvía a la ruta, a conocer a algún paseante, local o turista, que quisiera mi compañía hasta llegar a Cafayate, y el lugar de espera, el Museo Pachamama, trajo hacia allí a dos vascos que recorrían el norte dispuestos a llevarme, Juanan y Enrique. Así emprendía una nueva aventura hacia la provincia de Salta, dejaba atrás la calidez de una familia nacida en estas tierras para compartir ahora con dos personas nacidas del otro lado del océano y con quienes en esos 65km de ruta encontramos muchos puntos en común: motivaciones, gustos, intereses, preocupaciones, deseos, sueños, que nos hicieron reflexionar que aunque nos separaban continentes, contextos, culturas, formaciones diferentes y casi 10 años, eran más las cosas que nos acercaban.
Cafayate es una localidad con mucho movimiento, está muy equipada en cuanto a restaurantes, hospedajes y ferias artesanales, dado que mucha gente se acerca por las numerosas bodegas y por sus circuitos turísticos. Pero no es un movimiento que abruma y la opaca, dado que conserva algo de los pueblos pequeños en sus calles de tierra, los carteles tallados de madera y el hecho que casi no hay edificaciones de más de tres pisos. El destino más promocionado es la Quebrada de Cafayate, que hace unos años se conocía como la Quebrada de las Conchas y así sigue figurando en algunos mapas turísticos, probablemente el pudor hizo que este lugar se rebautizara en alguna folletería, pero más allá de cómo se lo llame es sin lugar a dudas un lugar imperdible. En el recorrido de casi 40km se señalan una serie de lugares para detenerse, pero mas allá de esos hitos para la foto lo que es indescriptible es el camino que los une: la naturaleza caprichosa con las formas que delinea, las superficies rugosas que con solo verlas uno siente que las toca, el cielo diáfano azul profundo que contrasta con la paleta completa de colores de los cerros con que cualquier pintor estaría a gusto de trabajar, el rio que nutre y permite que la flora emerja con toda su plenitud, y todo está allí, sin vallas que impidan el paso y seguirá estando por mucho tiempo… por eso creo que mas allá de sacarse la foto en Los Castillos, Las Ventanas, El Obelisco, El Fraile, El Sapo, lo lindo es perderse por ahí, dejarse penetrar por tanta belleza, dejarse conmover con todos los sentidos, hasta elegir un lugar donde sentarse a observar, en la calma meditativa que el lugar invita. El Anfiteatro y la Garganta del Diablo son los últimos destacados del recorrido y coronan con su magnificencia todo este esplendor, la acústica del anfiteatro permite que el sonido que se emite se escuche claro y potente, alguna vez me dijeron que León Gieco quería tocar en ese lugar, no sé si será verdad, lo cierto es que allí había dos músicos con una quena y un charango que compartían su arte haciendo que sea una experiencia de belleza holística e integral.
Muy cerca de la ciudad, a unos 6 km, se encuentra El Divisadero, cuyo nombre proviene porque permite una visión total del valle y sus alrededores por estar en las alturas. En mi viaje hace unos años había allí un camping algo descuidado, hoy se asienta la Comunidad Diaguita Kallchaqui, que tras un arduo conflicto por recuperar las tierras que eran suyas lograron echar al dueño del camping y establecerse allí resistiendo a las amenazas de desalojo. Son sus tierras y las defienden con sus cuerpos, quieren que se las reconozcan, pero es un proceso largo, mientras tanto ellos esperan. La expansión de la ciudad y los privilegios de este lugar en las alturas amenazaron con la construcción de un hotel 5 estrellas y un viñedo, porque las cepas a más de 2000mt son muy preciadas, y ellos resistieron, porque aquí vivieron sus antepasados, aquí esta su historia y su presente, su identidad. Cuando llegué al Divisadero estaba anocheciendo y conocí a Nahuel, quien integra la comunidad y oficia de guía hacia las cascadas, para que los intrépidos no vayan solos por estos caminos, él se ofreció a acompañarme para mostrarme una parte de este lugar, su lugar. Entre senderos abiertos por la voluntad de Exu penetramos entre los cerros por el curso del rio, con el sol cayendo y las primeras estrellas apareciendo. No pudimos adentrarnos mucho por la hora, pero afirman que entre esas montañas, pasando las cascadas, se guardan muchos secretos, pinturas rupestres, antiguas viviendas y momias… la energía del lugar de percibe en la piel, en el estremecimiento que provoca encontrar una punta de flecha o un mortero en el lugar donde se lo utilizaba y figurarse a quien le dio uso; en que le cuenten que los espíritus (no hablan de almas, porque lo asocian con un término cristiano) habitan esas piedras, el rio, en los cóndores que nos sobrevolaban, en los cerros. En mi paso por la comunidad destaqué el profundo respeto hacia las personas mayores, que tienen muchos inviernos vividos, que conocen a la Pacha y con mirar el cielo auguran cómo será el clima al día siguiente. También me sorprendió la importancia y la valoración de las mujeres, quienes están al lado de sus hombres a la hora de resistir, mujeres de mucha fuerza y personalidad. El día que fui, el 27 de agosto, se hacia una ceremonia a la Luna (que hacia poquito había estado llena), a la que solo asistirían mujeres, en ella se la veneraba en vistas que empezaban las cosechas y es tiempo de fecundidad, porque según me dijeron, en esta época es probable quedar embarazada, porque el cuerpo está débil del invierno y la nueva vida aflora con fuerza.
Así que este es tiempo propicio para que la nueva vida aflore…